Lo que el viento no se llevó

La revolución cubana de principios de 1959 desencadenó una oleada de movimientos guerrilleros por toda América Latina que tuvo su momento culminante el 31 de julio de 1967 cuando en La Habana se realiza la primera Conferencia de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) porque ahí se definen como rasgos fundamentales del movimiento revolucionario latinoamericano su perspectiva antiimperialista y socialista, el carácter inevitable de la lucha armada y su inspiración continental.

En Argentina, uno de los grupos guerrilleros de mayor importancia durante los ´70 fue Montoneros. Conducidos mayormente por jóvenes de clase media-alta de educación católica, compartían los ideales de la revolución cubana con la particularidad de que veían a Perón como el líder que podría llevarla a cabo en nuestro país. En una primera etapa, Montoneros justificó su accionar violento en la necesidad de voltear a los militares y reponer a Perón en lo más alto del poder. Y luego de que el PJ ganara las elecciones de marzo de 1973, siguieron haciendo la guerra para extirpar del gobierno justicialista a la derecha, igualmente asesina, de la Triple A (cuyo principal exponente era el “Brujo” José López Rega).

El golpe militar de marzo de 1976 truncó la revolución antiimperialista y socialista que Montoneros y otros grupos guerrilleros como el ERP pretendían llevar adelante. Posteriormente, entre el terrorismo de Estado de los militares, el desastre económico en el que terminó la Tablita de Martínez de Hoz y la peor crisis de toda la historia argentina que causó el descontrol fiscal del menemismo, la izquierda que comulga con aquellos ideales revolucionarios, liderada por un presidente autoritario como Kirchner, encontró en mayo de 2003 una oportunidad soñada para conducir los destinos de nuestro país.

Lo que está viviendo Argentina tiene una clara dimensión histórica, por lo que hay que rechazar la hipótesis de que se trata de una simple cuestión del azar que puede cambiar, rápidamente, hacia otro lugar ideológico en cualquier momento. La sociedad argentina hace rato que quiere darse este cambio que nos acerca cada vez más a Chávez y nos aleja del mundo civilizado. Las encuestas de opinión calificadas así lo ratifican. Es algo así como el devenir de la historia, su tremenda energía, nuestra decadente derecha conservadora y la debacle cultural.

Más aún, desde que era claro que la convertibilidad se caía, Argentina está girando cada vez más hacia posiciones de izquierda. Menem pierde las elecciones presidenciales de 1999 contra Fernando De la Rúa, un candidato que ideológicamente estaba muy moderadamente a su izquierda. Posteriormente Duhalde estaba a la izquierda de De la Rúa. Kirchner a la izquierda de Duhalde y el Kirchner que tenemos después de las lecciones legislativas del 23 de octubre está a la izquierda del primer Kirchner.

La presidencia de Menem quedó estigmatizada como de “derecha” a pesar de que durante ella el déficit fiscal fue tan grande que nos llevó a un default y una devaluación homéricas. Su seguidor, Fernando De la Rúa, nunca quiso bajar el gasto público 25% en términos reales y a pesar de los pajaritos que lo acompañaron en su festivo mensaje por televisión desde la quinta de Olivos cuando el FMI nos daba el Blindaje, terminó volando él (y todos nosotros) por los aires.

Luego vino Duhalde y nos llenó de tantos planes sociales que hoy no se encuentra mano de obra ni siquiera para alambrar una huerta. Con Kirchner la cosa se empezó a poner de color más rojo y negro. Cumpliendo con el mandato de la lucha antiimperial de sus ancestros setentistas, primero destruyó nuestro crédito externo con la quita más grande que la historia de la humanidad recuerde a la “patria financiera internacional”, a pesar de que muchos abuelos presentes y futuros (AFJP) y gente de bien, eran los verdaderos acreedores del Estado argentino. La ideologización barata y el revanchismo de tener las riendas del país después de 30 años de frustraciones, pudieron más que el sentido común.

Y con la otra “mejilla” de la patria financiera internacional, el FMI, cuando firmamos un acuerdo en setiembre de 2003, inicialmente lo mostramos como un triunfo contra el “imperio” debido a que supuestamente le habíamos impuesto nuestras auténticas políticas nacionales. Sin embargo, a los 6 meses lo defaulteamos porque la verdad era que Kirchner decidió “usar” al Fondo para zafar en sus primeros meses de gobierno después de haber llegado a la presidencia por la ventana al no presentarse Menem a la segunda vuelta. Desde entonces no volvimos a tener acuerdo con el Fondo.

Validado su mandato después de la espectacular victoria en las elecciones legislativas del pasado 23 de octubre con el 40% de los votos, estaban dadas las condiciones para apretar mucho más el acelerador setentista. Era la hora de ir directamente por el “imperio yanqui”. Así es que desde el propio gobierno y aprovechando que éramos anfitriones de la IV Cumbre de las Américas se organizó una contracumbre en el Estadio de Fútbol de La Feliz que, al mando de nuestro nuevo marido (siempre tenemos relaciones carnales con alguien) Hugo Chávez, se despotricó durante largas horas contra Bush y su proyecto de libre comercio (el ALCA).

Además, en la Cumbre oficial, Kirchner rechazó el libre comercio con ridículos argumentos tales como que previamente EE.UU. nos tiene que compensar por las asimetrías y debe eliminar los subsidios agrícolas, demostrando una ignorancia supina de que son justamente las diferencias entre países la quintaesencia del comercio y como si alguna vez el campo le hubiera interesado algo al populismo argentino. Lo que en realidad quiere Kirchner es continuar con nuestro desastroso proteccionismo industrial.

Finalmente, la expropiación de los medios de producción como indicaría el montonerismo de “paladar negro” parece hoy muy lejana, pero es obvio que el gobierno intenta expropiar toda la renta empresaria posible. El objetivo de la política social K no es bajar la pobreza ni la indigencia, sino igualar ingresos. Todo comenzó con una presión impositiva salvaje y distorsiva para financiar planes sociales. Siguió con los acuerdos de precios para que las empresas dieran aumentos de salarios con caída en sus ganancias y ante su fracaso, el gobierno ha decidido profundizarlos.

Al hacerlo, ha comenzado a reaparecer tímidamente aquella izquierda violenta de los ´70. Ahora va en busca de la estructura de costos de las empresas con la “liga de seguimiento de precios” que ha “borocotizado” tanto a intendentes como a gobernadores al trasformarlos de jefes de gobierno en alcahuetes de Kirchner de los que aumenten los precios. Además, en el acuerdo con supermercados y detrás del alambicado nombre de “externalidades negativas”, el gobierno escondió el potencial escrache piquetero y la siempre disponible difamación presidencial al que no los cumpla. Todo muy triste.

José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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