Kirchner tiene el plan equivocado

Si Kirchner logra un acuerdo con el FMI de 3 años, no hay que descartar que llegue al fin de su mandato con la economía en crecimiento pero, sus ideas económicas de hoy, no sirven para sacar de manera definitiva a la Argentina de una decadencia que ya lleva más de medio siglo.

Para ello, hay que reemplazar este capitalismo corporativo y prebendario por uno competitivo, abierto al mundo y que respete instituciones.

Si comparamos el desempeño económico de Argentina en los últimos 20 años con el de países que por historia están muy emparentados con nosotros, dan ganas de llorar.

Mientras que en Uruguay el PIB per capita creció 12% (0.5% anual), en Brasil se expandió 18% (0.8% anual) y en Chile se duplicó (3.5% anual), en Argentina cayó 2% (-0.1% anual), o sea, el peor de todos. Pero nuestro PIB per capita hoy no sólo es igual al de comienzos de los ´80 sino también al del inicio de los ´70 y además, la distribución del ingreso es mucho más regresiva.

No en vano más de la mitad de la población es pobre, por lo tanto, claramente estamos peor como sociedad que hace tres décadas. Y además es importante tener en claro también que hace más de medio siglo que venimos mal.

¿Qué le pasó a esa sociedad argentina que parecía predestinada a ser un país europeo más?

Reconociendo la importancia que en una decadencia tan larga y profunda como la nuestra tienen el desastre educativo, la degradación cultural y la pérdida de calidad de instituciones fundamentales como la justicia, desde el punto de vista económico, lo que nos ha frustrado tanto como sociedad es el tipo de capitalismo que Argentina viene aplicando desde hace más de medio siglo.

Independientemente de los motivos, hemos abrazado la concepción de que el comercio con el mundo o es mala palabra o es un mero instrumento para evitar que los precios suban y de que el Estado tiene que ser socio del sector privado para la realización de sus negocios.

O sea, mercado-internismo más Estado-socio, ha sido nuestra línea directriz económica a lo largo de décadas de fracasos.

Esta concepción facilista, corporativa, prebendaria y de espaldas a la gente acerca de cómo en Argentina se gana dinero, es opuesta al verdadero capitalismo competitivo de economía abierta, de Estado sin déficit fiscal, dedicado a la educación básica, la salud básica y de respeto a las instituciones que aplican países emergentes exitosos como Chile, Australia, Nueva Zelanda e Irlanda.

Estos países tienen hoy un PIB promedio per capita casi 3 veces el de Argentina cuando hace medio siglo sólo estábamos 30% abajo.

A su vez, nuestro capitalismo predatorio y decadente ha desarrollado dos variantes. Una más de derecha y otro más de izquierda. La primera fueron los “populismos cambiarios” de Martínez de Hoz y Menem: aperturas comerciales mal hechas, salarios reales altos (e insostenibles) basados en atrasos cambiarios (provocados por déficits fiscales enormes financiados externamente) espectaculares que terminaron en grandes desastres.

La segunda fueron los “populismo de izquierda
” de Perón, Alfonsín, Duhalde y tantos otros gobiernos progresistas que han pasado sus días en el poder fijando salarios por decreto, cerrando la economía, impulsando la obra pública y redistribuyendo ingresos con medidas expropiatorias que ahuyentan el capital.

¿Y Kirchner? El Presidente entra en la variante “populista de izquierda” pero con un agregado de fundamental importancia, para bien, respecto de la mayoría de las experiencias progresistas anteriores: el equilibrio fiscal. Sí, Kirchner y Duhalde en 2002 deben ser los primeros presidentes progresistas de nuestra historia contemporánea que son fiscalmente responsables, aunque el cuidado de las cuentas públicas de a poco se va relajando: el gasto público primario ya está en términos reales en los niveles pre-crisis de fines de 2001 y terminará en 2003 $15.000 millones por encima de 2002.

En su discurso frente a la Asamblea Legislativa del 25 de mayo, Kirchner definió el plan económico que llevará a cabo a lo largo de su gestión. Su idea es reinstalar la movilidad social ascendente, o lo que es lo mismo, redistribuir progresivamente el ingreso para crecer en base al consumo y al mercado interno (nada distinto a la última década).

La redistribución la hace a través de la expropiación de la renta empresaria vía: 1) retenciones a las exportaciones para financiar planes sociales; 2) no ajuste por inflación a los balances de empresas para financiar el plan de obra pública que le dará empleo a desocupados; 3) aumento de los costos laborales empresarios para darle fondos a los sindicalistas y aumentar la jubilación mínima y 4) congelamiento de tarifas de los servicios públicos para que los salarios reales no caigan. Luego, el objetivo presidencial de “reconstruir un capitalismo nacional” queda limitado a la industria del mercado interno con el plan de obra pública y la profundización del Mercosur.

Sin Salida

El plan de Kirchner no sirve para salir de una decadencia secular como la nuestra porque su núcleo sigue siendo el de crecer en base al mercado interno, cosa que venimos haciendo insistentemente en el último medio siglo de fracaso económico, pero tampoco es un plan que vaya a hacer que la economía caiga en recesión ahora o que mañana los precios y el dólar exploten como en 2002.

La potencia que tienen el piso al cual cayó la economía el año pasado más el shock positivo de expectativas por haber evitado la hiperinflación (mérito de la ortodoxia fiscal de Duhalde), dan margen para que la recuperación económica continúe, más aún todavía si Argentina logra un acuerdo con el FMI que postergue vencimientos de deuda con los Organismos Internacionales por algunos años.

De todas maneras, si el Presidente quiere lograr “cambios” importantes como anunció con tanta vehemencia el 25 de mayo, debería empezar (en materia económica) por redefinir lo que es un plan económico exitoso.

En un país que ha tenido medio siglo económico que ha sido una verdadera tragedia luego de la cual hoy el PIB per capita es el mismo y pobre de hace 30 años y encima pésimamente distribuido, el éxito de un plan económico no debería nunca más ser definido como algunos años de recuperación para lograr su reelección en 2007 y que después venga el estancamiento, sino que el éxito del plan económico de hoy deberíamos juzgarlo dentro de por los menos una década si es que logró un crecimiento de mínima de 5% por año. Justamente, esto último es lo que está en duda.

Nota Original: LA NACIÓN | 17/08/2003

José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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