No es necesario hoy subir más impuestos

El desastre en el cual terminó la convertibilidad no fue por la privatización de los ferrocarriles ni por la del sistema de seguridad social. Fue por un exceso de aumento de gasto público respecto del fenomenal aumento de la recaudación producto del crecimiento económico y de una suba despampanante de la presión impositiva. Es un error grave que la clase política desconozca este hecho y vuelva a “apretar” al sector privado con más impuestos.

La convertibilidad tuvo varias etapas en materia fiscal, pero el común denominador de todas fue que siempre hubo déficit antes del pago de intereses (resultado primario). Al principio, el financiamiento fueron las privatizaciones, luego, las colocaciones de deuda en el mercado internacional
de capitales. Más tarde, cuando el Tequila dificultó el acceso al crédito externo, comenzaron los impuestazos y el alargamiento en los pagos de deuda. Estos últimos subieron la carga de intereses, porque postergar pagos de capital no es gratis, lo cual reavivó el déficit fiscal y los impuestazos para bajarlo al nivel previo de los canjes de deuda. Ya después de la crisis en el sudeste asiático y la devaluación brasileña, el acceso al mercado de capitales fue inexistente. Así es como comenzó el financiamiento del déficit fiscal con los bancos locales, con la consecuente caída del crédito para el sector privado. Finalmente, sobrevinieron el default de la deuda y la devaluación del peso argentino.

Descripciones

En este relato, abundan descripciones de cómo se financió el déficit fiscal y de impuestazos, pero lo que brilla por su ausencia es alguna mención sobre bajas del gasto público. Esto nunca ocurrió por derecha, o sea, con ajustes fiscales que implicaran reducción de los gastos nominales del Estado, pero sí se bajó el gasto público por izquierda con una brutal devaluación del peso a principios del año pasado.

En efecto, en 2001, el gasto primario consolidado de Nación y las provincias era de 25,5% del PIB y hoy es de 20% del PIB, un ajuste de 5,5% del PIB (20% de caída real). Es decir que para bajar el gasto público 20% en términos reales (u$s 15.000 millones si se lo hubiera hecho durante la convertibilidad), hubo que destruir todo tipo de contratos, generar el default más grande de la historia y quedar casi totalmente fuera del mundo civilizado, provocar 10 millones de nuevos pobres (ya totalizan 20 millones), de los cuales son casi todos nuevos indigentes (7 millones más), estafar a la pobre gente que tenía su plata depositada en los bancos y a los futuros jubilados del sistema de capitalización, destrozar los contratos con las privatizadas, o sea, transformarnos en una sociedad que, hoy por hoy, es de bárbaros.

Fue tan grande el fracaso de la supuesta idea liberal plasmada en la convertibilidad, que el progresismo siente que hoy tiene las de ganar. No en vano todo el espíritu anticapitalista que existe en la sociedad del cual se hace eco nuestra “bendita” clase política cuando pide reestatizar el sistema de pensiones, los trenes, recuperar la renta petrolera, redistribuir ingresos y cuanto disparate uno pueda imaginar.

Pero un caso particular de locura macroeconómica presente hoy en nuestro país es que “hay que recaudar más con más presión impositiva”. En la Ciudad de Buenos Aires se vino un aumento del ABL de 30%, patentes de 40%, hay un proyecto del “genio” de Aníbal Ibarra de duplicar el impuesto a los Ingresos Brutos, se viene una suba del impuesto a los combustibles a nivel nacional, en la provincia de Buenos Aires el impuesto inmobiliario va camino a ser confiscatorio, el gobierno federal amenaza cada dos por tres con aumentos en las retenciones a las exportaciones de crudo, el Congreso empieza a discutir reintegros a las exportaciones gravados con Ganancias, usaremos satélites para ver la evasión en el campo y no ajustamos balances por inflación. Todo “pinta” para transformar a la Argentina en una verdadera cárcel tributaria.

Sin justificativo

Que quede claro: no hay ningún justificativo “macro” para subir impuestos. Por ejemplo: las metas con el FMI del primer semestre son cumplibles con tal de que continúe la evolución presente de la recaudación, incluso se las puede alcanzar con algo de aumento del gasto público primario. Si hay algo que hacer con la presión impositiva formal en la Argentina, es bajarla. El primer semestre de 2003 es un período de normalización económica luego de que por mérito de este gobierno (más allá de sus obvios deméritos) evitamos la hiperinflación. Eludida esta catástrofe, la economía se está recuperando y el empleo está creciendo. Pero ¡cuidado! de ninguna manera tenemos aseguradas las condiciones para el crecimiento sostenido. Para ello hay que hacer muchas reformas estructurales: política, educativa, económica, en la Justicia, salud, etcétera.

Y en cuanto a la reforma económica, una de las tantas cosas que debemos hacer, como reforma estructural y no como ardid de corto plazo para reactivar, es reducir la presión impositiva formal y no aumentarla como casi toda la clase política en casi todo el país está haciendo. Ahora bien, si un objetivo central del gobierno, como ha sido el acuerdo con el FMI, se puede cumplir sin aumentos de impuestos ¿para qué aumentarlos? Una respuesta más que obvia es para volver a aumentar el gasto público, tal como lo muestra el presupuesto nacional, y la reflexión en este punto es: ¿no quedó ninguna enseñanza de lo que son los aumentos del gasto público? ¿no pasó nada en la Argentina a principios de 2002? ¿o acaso piensan que el aumento del gasto público es malo sólo cuando se financia externamente porque genera atraso del tipo de cambio, como ocurrió con la convertibilidad?

Imposibilidad

A estos niveles de presión impositiva formal, con un gasto público cuya contrapartida es casi cero de bienes públicos y su mayoría es clientelismo, enriquecimiento ilícito, amiguismo y coimas, ¿quién va a querer pagar encima más impuestos? O puesto de otra manera, con esta pésima asignación del gasto público, ¿cuánto cae la tasa de crecimiento potencial de la economía cada vez que se aumentan los impuestos? Que después, los mismos que hoy sancionan día a día más impuestos, no se quejen ni por la evasión ni porque algún día tengan que llorar una baja del gasto público con la “cansoneta” de los “costos sociales que tiene bajar el gasto público” ante la imposibilidad de recaudar más.

Varios años después de lanzada la convertibilidad, en 1995, comenzó una seguidilla de paquetazos impositivos que ya le han costado al sector privado una exacción de recursos de más de 20% del PIB y no sirvió para nada bueno, sino para ser más pobres. Es absurdo seguir sacándoles dinero a los trabajadores y empresarios vía aumentos de impuestos justo cuando la economía comienza a recuperarse.

Parecería que los políticos han aprendido la lección de que la hiperinflación los mata políticamente (Alfonsín se fue por la ventana a mediados de 1989) y que el dólar alocado también (Duhalde estuvo a punto de renunciar cuando el dólar se acercaba a los 4 pesos a mediados de 2002). Pero todavía les tiene que entrar en su “cabecita” que el gasto público no es una forma de que ellos se enriquezcan, sino que debe ser una manera de devolverle al sector privado con bienes públicos (seguridad, diplomacia, defensa) los impuestos que paga. ¿Cuánto nos costará a los que los mantenemos este aprendizaje?

Los políticos, con nosotros sus mandantes, parecen ser de esas personas que cuando dialogan (a través de las leyes que sancionan) no nos escuchan, sino que se escuchan a sí mismos, se complacen en su supuesta sabiduría y en su buen hablar, creen que dicen verdades ciertas e ingeniosas, se gustan entre ellos mientras hablan. Por eso se les aplica un viejo refrán: “Quien escucha es discreto. Quien se escucha, necio”.

Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 04/03/2003

José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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