Las historias de la "plata dulce" siempre terminan mal

En los últimos 20 años han habido dos etapas muy claras de “plata dulce”para Argentina. La de fines de los setenta y la de fines de los ochenta. La primera terminó con devaluaciones masivas y la segunda está terminando con la peor recesión de toda la convertibilidad. Por eso, será mejor que lo que abunde en el próximo milenio sea el coraje de nuestros gobernantes y no la liquidez internacional, porque ha quedado demostrado que hacemos un pésimo uso de ella.

La primera etapa de “plata dulce” se inició después del shock de los precios del petróleo de fines de 1973.
En efecto, la inflación americana que había promediado el 3% durante ese año, se había disparado hacia mediados de 1975 al 12% anual. La lentitud con que la Reserva Federal actuó subiendo las tasas de interés no se hizo esperar: en 1973 el nivel real de los Fed Funds era positivo en 4,5% y en mayo de 1975 había pasado a ser negativo en 4,5% ¡9 puntos reales en menos de dos años!

Con semejante regalo de Dios, o sea, con esa gran baja del costo de oportunidad de invertir en mercados emergentes, era obvio que haciendo las cosas más o menos bien en Argentina, nos podríamos beneficiar de manera significativa con entradas masivas de capitales, cosa que ocurrió casi inmediatamente y que llevó a que tuviéramos déficits en cuenta corriente de 3% del PBI entre fines de los setenta y principios de los ochenta.
La “Tablita” no fue más que una inteligente lectura, aunque muy mal acompañada por el resto de la política económica, del nivel de apreciación real de equilibrio que le permitía a nuestro país, la baja en la tasa de interés internacional.

La “luna de miel” duró poco. Al mismo tiempo que las devaluaciones anticipadamente decrecientes no habían logrado doblegar a la inflación doméstica (el gasto público primario creció 100% en dólares constantes entre 1978 y 1980 financiado con emisión monetaria y endeudamiento externo), la tasa de interés americana que había sido negativa en términos reales en 4,5% a mediados de 1975 ya era positiva en 1% en diciembre de 1978 y se acercaba a 6% real a fines de 1980.

La historia que sigue es bien conocida. Las megadevaluaciones de Sigaut de 1981, la guerra de Malvinas de 1982, la crisis de las deudas externas latinoamericanas y, por lo tanto, la década perdida de los ochenta. En definitiva, así como casi 10% real de “regalo” desde el primer mundo crearon la ilusión de la “Tablita”, bastó un 10% real en sentido contrario (de suba) para “acostarnos”.

Luego viene la segunda etapa de “plata dulce”. Debido a la crisis de los “Save and Loans”, la Reserva Federal se embarcó en una política de agresiva reducción de los rendimientos de corto plazo para evitar la caída del sistema financiero americano. Hacia mediados de 1989 la tasa real de los Fed Funds era de 5% y pasó a 0% a fines de 1991. Esta vez el “regalo” (5%) no era tan generoso como en los ochenta (10%) pero nuevamente estábamos en la encrucijada de qué hacer con él.

En función de lo que se podría haber esperado (y no comparado con el subsuelo de la hiperinflación con respecto al cual siempre vamos a ser “Gardel”, los resultados han sido poco satisfactorios, o sea, hemos hecho un mal uso del regalo. Increíblemente, hoy Argentina tiene un déficit fiscal de u$s 10.000 millones cuando hace 8 años (1990) y en el peor de los casos, tenía equilibrio fiscal.
El sector público debía a fines de 1990 u$s 60.000 millones y hoy debe u$s 120.000 millones, habiendo privatizado contra deuda pública u$s 12.000 millones.

Seguimos con un régimen de coparticipación federal de impuestos que demuestra la existencia de un concepto toalmente arcaico del “Estado de Bienestar”. Hay que decirlo claro: la ley de coparticipación, tal cual está, debe desaparecer y ser reemplazada por una que realmente haga que los gobernadores de provincias y municipios paguen el costo político de aumentar el gasto público y evite que siempre el “pato de la boda” sea la Nación.

Ni un solo dólar de las reservas del BCRA provienen de las privatizaciones contra cash que fueron de u$s 12.000 millones en el período. Todas se compraron con emisión monetaria. Además, entre 1992 y 1993 se bajaron los encajes bancarios para cebar más la bomba que ya era la entrada de capitales, cuando lo que se necesita en convertibilidad es el extremo opuesto del “narrow banking”.

Hemos dolarizado todos los costos de producción de la economía al haber privatizado con tarifas en dólares, ajustables por la inflación americana y, en algunos casos, con subsidios inadmisibles como los del peaje y ferrocarriles.
Tenemos todavía una economía con un mercado laboral muy regulado y con sindicatos que proveen, en teoría, la salud pero que en realidad obligan a que la gente pague dos veces el seguro médico: una vez al sindicato y otra cuando se compran la medicina prepaga. ¿Quién dijo que Onganía tenía alguna idea de medicina cuando les entregó a los sindicalistas las Obras Sociales a fines de los sesenta? Además, la tasa de desempleo es récord en la historia.

En materia comercial, en vez de ir a pedir a gritos nuestra incorporación al NAFTA para competir en el primer mundo, elegimos un proyecto populista y demagógico como el Mercosur que nos sirvió sólo mientras Brasil apreciaba de manera insostenible su tipo real de cambio. Hoy Brasil nos saca de terceros mercados de exportación luego de la hasta ahora exitosa devaluación de 40% en términos reales.

¿Porqué este cúmulo de errores en tan poco tiempo habiendo tenido una oportunidad histórica de cambiar a la Argentina, en serio?
Nuestros políticos hicieron la misma lectura errónea de los ochenta: pensar que la plata que viene de afuera lo hace por nuestros propios y grandes méritos y no (como realmente es) por una especie de “regalo” de los EE.UU. con la particularidad de que en algún momento nos lo quitan (entonces, más que un regalo es un préstamo con 100% de probabilidad de repago).

Al creer que todo es fruto de lo hecho localmente, se piensa que la reforma estructural es tan grande que generará la capacidad de repago de la “fiesta” (descripta más arriba) que se realiza en el corto plazo. Cuando se dan cuenta de lo errado del diagnóstico, aparecen irresponsables declaraciones como las de los dos principales candidatos presidenciales diciendo que hay que darle una solución política a la deuda externa.
El absurdo de esto es total. Pretenden lo mejor de endeudarse (aumentar un gasto sin tener que bajar otro) pero no devolver la plata. ¿Porqué no cuidaron mejor el dinero que recibieron en la época de la “plata dulce” sabiendo que necesariamente en algún momento se termina?

Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 13/07/1999

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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